La carta que nunca envié...
No sé dónde estás...
y esta carta la escribo,
no por ti, no por lo que eres
Tal vez... por el pasado...
tal vez, por las cálidas y sosegadas horas
que tu locura o capricho
me hayan regalado...
Y si digo locura... no pienso en tu cabeza
frágil, transmutable y voluptuosa,
sólo pienso en los instantes
en que de infernal pasión
parecía tu corazón entregarse,
como deshojando uno a uno,
los pétalos de una rosa.
O tal vez escribo para mí...
escribo para mi corazón,
escribo para mi alma...
o escribo para mis sentimientos
que alguna compensación han de tener
por haberlos feriado a cambio
de vanidad y sufrimiento.
¿Qué quieres que te diga?
¿Que te quise como mujer,
como un fantasma o como mi amante?
Como mujer Dios te premió
con todos los encantos terrenales;
como fantasma, vagas por la vida,
y tu vida vaga como un fantasma...
y como amante medrosa y sin mañana.
¡Qué dolor decirlo,
pero mi alma fue, para ti, demasiado grande!
¿Sabes lo que es el alma?
¿Sabes dónde se aprende a
vibrar, a gozar y a sufrir
con el dolor, la alegría y la esperanza?
¿No lo sabes? Pero ¿acaso crees que existen
pasajes o tratados donde te enseñen
a amar como hasta ahora nunca has amado?
¿Crees que conociendo a Sócrates, Platón o Aristóteles
tu alma se te ensanche y pueda cimbrar
como la mía te lo ha mostrado?
Yo te digo que no.
Cosas como éstas, sólo se aprenden en las entrañas
de la madre que nos concibió
y mi madre me dio una esencia
tan desaforada que para amarte
¡Mucha alma me sobró!
Perdóname por esta carta,
aunque sé que nunca la enviaré.
Primero porque no sé... dónde estás
y segundo, porque después de amarte tanto,
el alma que te escribe no te quiere ofender.